Sin banderas


…y lo difícil que es crear algo nuevo. Incluso algo tan pequeño como una breve sección en una (¿aún?) diminuta revista. Y es que, aun a riesgo de romper ligeramente con la línea general de esta aventura en lo que se refiere al idioma, se abre hoy una nueva ventanita en el Criteri a través de la cual mirar y mirarnos, en castellano o español, como menos ofensivo resulte. Y es que es curioso ver hasta qué extremo el matiz en este punto puede llegar a ser importante por aquí, y lo difícil que es explicar esta circunstancia y otras similares de nuestras latitudes (véanse bandera, himno, etc) a los no ibéricos. Una diferencia a cualquier nivel (color de piel, religión, preferencias políticas o deportivas, la utilización de uno u otro idioma en un área bilingüe, etc) se convierte en ofensiva desde el momento en que nos damos cuenta consciente o inconscientemente de que estamos ante un “grupo” distinto hacia el cual se tiene un sentimiento de superioridad o de inferioridad. Y el peligro no está ni en la diferencia ni en su identificación sino en el momento en que la diferencia produce aversión. Y la aversión es consecuencia de una fobia, que no de casualidad significa simultáneamente miedo (véase claustrofobia) y odio (véase xenofobia). Porque tememos y muy frecuentemente odiamos lo que no conocemos.


Y es que el conocimiento más intenso y real solo ocurre en la vivencia personal, lo que conocemos por otros solo queda en el nivel superficial, suficiente para algunos, que curiosamente suelen ser los que más prejuicios tienen y a su vez los que tienen las ideas totalmente claras y por tanto han perdido la capacidad de dudar y de razonar. La mejor y posiblemente única receta contra el miedo y el odio (y sus hermanos menores discriminación, prejuicios, etc) es viajar y aprender, e informarse por todas las fuentes posibles haciendo el esfuerzo de elaborar conclusiones propias, y descubrir por uno mismo que los países y las religiones son un invento para medir la Humanidad al igual que las horas son un invento para medir el tiempo. Las diferencias son una consecuencia de la diversidad en la que afortunadamente vivimos, y no son fruto exclusivo de la educación y la cultura sino también de cuestiones puramente naturales y ambientales. Y si no, ¿por qué tenemos por lo general más en común en la manera de vivir con otros sureuropeos (griegos, italianos, balcánicos, etc) que con centroeuropeos más cercanos geográficamente?



El sentimiento de pertenecer a un grupo es un fenómeno íntimamente ligado a la naturaleza humana como resultado de pertenecer al Reino Animal, que por otro lado es el único reino del que nadie ha mostrado firme interés por independizarse. Pero no perdamos la perspectiva y nos creamos mejores (o peores) que los miembros de otro grupo por la percepción de una diferencia. Dice Mario Benedetti que “pensamos distinto en muchas cosas, pero enterarnos de las diferencias es también una forma de achicarlas”. Y no es una cuestión ni de encerrarnos herméticamente en nuestro grupo ni tampoco de acabar con las diferencias u obviarlas; es mucho más enriquecedor explorarlas y aprender de ellas. Sólo el conocimiento trae la duda y la inquietud que alimentan la necesidad de conocer más.

Seguiremos observando.



El observador recomienda este mes la película “Europa”, de Lars von Trier.
El observador recomienda este mes el libro “Hombres y engranajes - Heterodoxia”, de Ernesto Sábato.
El observador recomienda este mes la canción “The band played Waltzing Matilda”, de The Pogues.

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